Últimamente me causa una pena indescriptible el subirme a cualquier medio de transporte en hora pico, sea por el tráfico, la cantidad de gente aconglomerada en el mismo espacio o que sé yo; la sola idea de encontrarme en una situación donde lo que considero mi espacio vital es menoscabado me atormenta. Lo cual es un gravísimo problema ya que vivo en una ciudad donde tal cosa (el espacio personal) no existe. Irónico.
Después de sentirme atormentada por casi un mes, comenté mis inquietudes con mi terapeuta. Llegué a su consultorio con un cuadro patológico diagnosticado gracias a mi escasa experiencia en el ámbito de la psicología; el cual claro qe encajaba perfecto a los síntomas que presentaba al encontrarme rodeada de personas desconocidas: ¡tenía fobia social!
Al parecer las preocupaciones que tenía sobre mi problema para relacionarme con la gente, si es que se le puede llamar relación el estar aplastado por una masa densa de personas que por alguna extraña razón parecen ser alérgicos a la solución jabonosa y prefieren echarse un litro de perfume al día para esconder sus edores coroporales, le resultaron poco convincentes; y mientras tanto yo seguía sufriendo.
El caso es que después de una plática muy reveladora, en la cual todavía fijo mis pensamientos cuando tengo tiempo (lo cual no es muy seguido, y por lo tanto el crecimiento personal que debería surgir de esto tardará un poco manifestarse) creo que cada vez estoy más cerca de descubrir y corregir esos detalles que me privan al rodearme de desconocidos y que no me permiten desenvolverme de una manera normal, en otras palabras, tal vez pueda romper el hielo y echar la platicada con algún especimen del sexo masculino por el que me sienta atraída, haciendo caso omiso a mis instintos de protección al miedo al rechazo. Supongo que todo está en la personalidad, porque no dejo de sorprenderme cada que veo a una muchacha poco agraciada galaneando con un completo adonis (a mi gusto inalcanzable) con seguridad y confianza tales que cautivan a dicho ejemplar.
Probablemente es un arte que nunca dominaré, pues tiendo a cohibirme cuando estoy cerca de alguien que me agrada y envío todas las señales equivocadas; pensando, como dice una canción que me encanta y que en cierta forma refleja mi sentir, que si fuera más guapa y un poco más lista, si fuera especial, si fuera de revista tendría el valor de cruzar el vagón y preguntarle ¿quién eres? (8); lo cual resulta refutable al recordar a todas aquellas princesas del párrafo anterior. La verdad es que al observar tales situaciones pienso, ¿qué diablos si ellas pueden por qué yo no? la respuesta sería: porque no quiero. Por cobarde, por miedo al ridículo.
Siendo sincera, resulta más fácil y cómodo lamentarse de que el amor no toca a tu puerta, pensar que hay algo malo contigo, que estás rota o que simplemente eres poco normal, que tu comportamiento o forma de pensar es incorrecto, en fin que eres uno de esos especímenes únicos y en peligro de extinción, asexuales, los cuales están destinados a sólo tener amigos (si bien les va) y nada más; antes que agarrar valor y dar el primer paso, ser un poco más Giggy (sin llegar a los extremos, aunque a veces eso no estaría del todo mal), porque si no tienes expectativas, no te sentirás defraudada, si no buscas por supuesto que no encontrarás; sin embargo, el pretexto de estoy mejor sola cae como anillo al dedo. ¿Para qué buscar algo en alguien más cuando me siento tan completa? O sea, estoy bien así; me siento feliz y agusto teniendo el tiempo sólo para mí, para descubrir quién soy, mis gustos y preferencias, leer un buen libro o hacer algo que de tener pareja no podría hacer (todavía no descubro que es ese algo, pero en fin).
Los pretextos anteriores me resultan ridículos y, sin embargo, los he defendido toda mi vida. La verdad es que sé quién soy, o al menos estoy cada vez más cerca de descubrirlo, sé lo que quiero, lo que puedo permitir o soportar, lo que me gusta y disgusta, la importancia de una buena amistad, etc. Lo que me hace falta ahora es poner en práctica ese autoconocimiento, experimentar, filtrar y decidir. Cuestiones que aún hoy día me resultan algo espeluznantes, sin embargo, mientras más tiempo dejas pasar, más difícil resulta empezar algo. Y, sinceramente, los pretextos se erosionan cada vez más rápido y pronto llegará el momento en que estén tan desgastados que resultarán vergonzosos; siendo el punto ¿para qué esperar más? Porque mientras te sientas contento con tu status, no tienes porque cambiarlo, pero llega el instante en que tu zona de confort no lo es tanto y surge el dilema de estancarte y no progresar, o soltar las canas al aire y arriesgarte y ver que resulta.
Sólo me queda decir que espero no estar demasiado canosa aún.
Después de sentirme atormentada por casi un mes, comenté mis inquietudes con mi terapeuta. Llegué a su consultorio con un cuadro patológico diagnosticado gracias a mi escasa experiencia en el ámbito de la psicología; el cual claro qe encajaba perfecto a los síntomas que presentaba al encontrarme rodeada de personas desconocidas: ¡tenía fobia social!
Al parecer las preocupaciones que tenía sobre mi problema para relacionarme con la gente, si es que se le puede llamar relación el estar aplastado por una masa densa de personas que por alguna extraña razón parecen ser alérgicos a la solución jabonosa y prefieren echarse un litro de perfume al día para esconder sus edores coroporales, le resultaron poco convincentes; y mientras tanto yo seguía sufriendo.
El caso es que después de una plática muy reveladora, en la cual todavía fijo mis pensamientos cuando tengo tiempo (lo cual no es muy seguido, y por lo tanto el crecimiento personal que debería surgir de esto tardará un poco manifestarse) creo que cada vez estoy más cerca de descubrir y corregir esos detalles que me privan al rodearme de desconocidos y que no me permiten desenvolverme de una manera normal, en otras palabras, tal vez pueda romper el hielo y echar la platicada con algún especimen del sexo masculino por el que me sienta atraída, haciendo caso omiso a mis instintos de protección al miedo al rechazo. Supongo que todo está en la personalidad, porque no dejo de sorprenderme cada que veo a una muchacha poco agraciada galaneando con un completo adonis (a mi gusto inalcanzable) con seguridad y confianza tales que cautivan a dicho ejemplar.
Probablemente es un arte que nunca dominaré, pues tiendo a cohibirme cuando estoy cerca de alguien que me agrada y envío todas las señales equivocadas; pensando, como dice una canción que me encanta y que en cierta forma refleja mi sentir, que si fuera más guapa y un poco más lista, si fuera especial, si fuera de revista tendría el valor de cruzar el vagón y preguntarle ¿quién eres? (8); lo cual resulta refutable al recordar a todas aquellas princesas del párrafo anterior. La verdad es que al observar tales situaciones pienso, ¿qué diablos si ellas pueden por qué yo no? la respuesta sería: porque no quiero. Por cobarde, por miedo al ridículo.
Siendo sincera, resulta más fácil y cómodo lamentarse de que el amor no toca a tu puerta, pensar que hay algo malo contigo, que estás rota o que simplemente eres poco normal, que tu comportamiento o forma de pensar es incorrecto, en fin que eres uno de esos especímenes únicos y en peligro de extinción, asexuales, los cuales están destinados a sólo tener amigos (si bien les va) y nada más; antes que agarrar valor y dar el primer paso, ser un poco más Giggy (sin llegar a los extremos, aunque a veces eso no estaría del todo mal), porque si no tienes expectativas, no te sentirás defraudada, si no buscas por supuesto que no encontrarás; sin embargo, el pretexto de estoy mejor sola cae como anillo al dedo. ¿Para qué buscar algo en alguien más cuando me siento tan completa? O sea, estoy bien así; me siento feliz y agusto teniendo el tiempo sólo para mí, para descubrir quién soy, mis gustos y preferencias, leer un buen libro o hacer algo que de tener pareja no podría hacer (todavía no descubro que es ese algo, pero en fin).
Los pretextos anteriores me resultan ridículos y, sin embargo, los he defendido toda mi vida. La verdad es que sé quién soy, o al menos estoy cada vez más cerca de descubrirlo, sé lo que quiero, lo que puedo permitir o soportar, lo que me gusta y disgusta, la importancia de una buena amistad, etc. Lo que me hace falta ahora es poner en práctica ese autoconocimiento, experimentar, filtrar y decidir. Cuestiones que aún hoy día me resultan algo espeluznantes, sin embargo, mientras más tiempo dejas pasar, más difícil resulta empezar algo. Y, sinceramente, los pretextos se erosionan cada vez más rápido y pronto llegará el momento en que estén tan desgastados que resultarán vergonzosos; siendo el punto ¿para qué esperar más? Porque mientras te sientas contento con tu status, no tienes porque cambiarlo, pero llega el instante en que tu zona de confort no lo es tanto y surge el dilema de estancarte y no progresar, o soltar las canas al aire y arriesgarte y ver que resulta.
Sólo me queda decir que espero no estar demasiado canosa aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario