sábado, 26 de septiembre de 2009

Abracémonos.

Hace ya tres años, cuando vine a la Ciudad de México a presentar mi examen de admisión a mi amada Máxima Casa de Estudios, hice una visita a la plazuela de Coyoacán, ese día libre de comerciantes, en compañía de mi hermano y mi mejor amiga; caminábamos por la explanada en dirección a la caseta turística cuando un grupo de jóvenes se nos acerca a regalarnos un abrazo. Siendo honesta, de momento la extraña oferta me inmutó, accedí titubeante a lo que resultó ser una experiencia interesante y que considero es una respuesta accesible a la desorbitante e inquietante ola de violencia en el país, que al parecer no tarda en convertirse en emblema nacional; a la que no se ha contrapuesto reacción satisfactoria, ni por parte de las "autoridades" que hace mucho dejaron de serlo, ni por parte de nosotros los ciudadanos, el grueso de la población. En tanto que el desplegar las fuerzas militares a lo largo y ancho del país, resulta por demás costoso en una etapa de crisis nacional, ya no digamos económica, alimentaria o sanitaria sino de credibilidad en las instituciones, de confianza, de gobernabilidad, en la que "ni los dineros" ni la confianza, ni las medicinas cuentan con una reserva que de el grueso a las necesidades del país; la solución que encuentro y propongo es la que algún día me inmutó: REGALAR ABRAZOS. Medida que podrán criticar los temerosos de la gripe de cochi, mejor conocida como AHLNL (¿lo dije bien maestra Elba Ester?).

Pero ¡¿cómo te atreves si quiera a sugerir eso, muchachita intransigente?!! Pues verán, en mi experiencia un abrazo transmite confianza, seguridad, alivio, unión, cariño, amor, en suma, reconforta. Y, siendo honestos, ¿no es lo que en este momento necesita más el país, lo que necesitamos más todos los mexicanos? ¿No necesitmos sentir que no estamos solos, que ha pesar de toda la gente loca que anda suelta por el país, y en especial, en la Ciudad de México, aún podemos confiar en el resto de la población, en nuestros compatriotas, en las personas con las que compartimos los espacios, caminar sin miedo o transportarnos sin el temor de que alguien nos informe que porta una bomba o que saque la pistola y todos al suelo, pues porta la PALABRA del señor? Digo, México: ¿qué demonios te pasa?

Solemos reservar el abrazo a los conocidos, a nuestros seres queridos: "a los nuestros"; pero quién es más nuestro que aquél compatriota con el que compartimos la realidad social que vivimos, quién nos puede entender mejor que aquél otro padre de familia, hijo, hermano, nieto, abuelo, amigo, que cada que uno de sus seres queridos sale a la calle, se queda con el Jesús en la boca, invocando a toda la corte celestial para que cuide a ese ser tan especial. ¿Quién puede entender mejor la desesperanza y desconsuelo de vivir sin la menor certeza de lo que sucedió con su hija, esposa, sobrina, nuera, etc. como las familias de las víctimas de las mujeres desaparecidas de la indescifrable Ciudad Juárez? Y, sin embargo, nada pasa, la justicia no se hace valer, el Estado de Derecho se antoja un mito, y la realidad es que como no me ha pasado, pues la verdad no me interesa. Es momento de actuar, antes de que nos pase; antes de que la epidemia que aniquila la solidaridad, que nos hace desconfiar hasta de nuestra propia familia como mexicanos se extienda y nos contamine.

Es momento de decir no más, de gritar al mundo y a los apátridas que tenemos por gobernantes ¡NUNCA MÁS! Nunca más viviré con miedo, nunca más mi libertad será arrebatada o coartada, nunca más permitiré que abusen ni que trastoquen mi bienestar, mis derechos. Es momento de cumplir con nuestros deberes como ciudadanos, de hacer conciencia del mal que hago, de mis irresponsabilidades, de exigir con el ejemplo. Y sí, creo, firmemente, que la mejor forma de empezar a mejorar nuestra situación es (por más ridículo que suene) con un abrazo.

Podemos empezar por abrazar a la gente más inmediata a nuestro entorno, más allá de los amigos o familiares, a nuestros compañeros de la escuela, trabajo, vecinos, gente con la que tenemos contacto diario y a la vez somos fríos o poco cercanos. No sugiero que nos aventuremos tanto como los extranjeros que algún día me inmutaran y cuya idea ahora prometo reproducir; aún cuando sería lo ideal, es la misma barrera de desconfianza y en cierto punto asco o repudio que nos lo impide.

En cierto punto, el empezar con las muestras de cariño en casa contribuirá a mejorar el ánimo de los miembros de nuestra familia, los cuales al estar de buen humor, serán más tolerantes a agresiones externas o situaciones poco agradables que en otro momento terminarían por desquiciarlos. La cuestión es dar un paso a la vez, sentirnos mejor y hacer sentir mejor, aceptados y adaptados a los demás. El cambio comienza en uno y ya instalado en nosotros es nuestro deber exportarlo al resto de los entes con los que convivimos. Saludos y, por supuesto, abrazos!

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